29 de noviembre de 2010

Jorge, un hombre especial.

-Joven, ¿me puede dejar el mechero?
El chico, de unos diecinueve años, le pasa el mechero como hace cada días desde hace meses. No sabe como se llama, ni qué hace todos los días es ese bar, pero le gusta pensar que es algún hombre rico, y por lo que ve no lleva anillo de casado. Quizá es viudo. La pequeña Arenas le ha enseñado a pensar así, a imaginar una vida de todo el mundo, y es bonito. Él antes ya lo hacía, pero eran más bien paranoias. Esta será su ultima semana en el bar ya que marcha a Madrid a encontrarse con su amor, aunque aun van lentos, como caminando sobre césped mojado. Por ello quiere hablar con el hombre, que deduce que se llama Jorge, por la esclava que lleva en la muñeca y que acaba de asomar por el reborde de la camisa. Lleva una libreta, nunca se había fijado en esa libreta, le ve apuntar cosas y cosas, la curiosidad le puede y al final le pregunta:
-¿Qué está escribiendo? Digo... que si no es indiscreción...
El hombre le sonríe con tanta delicadeza y dulzura que parece un niño.
-No importa, joven...
-Me llamo Adrián.
-Bien, Adrián. Es mi memoria, por desgracia los años no pasan solos y se llevan a uno hasta la tumba, y para que no ocurra también con los preciosos recuerdos, los apunto, uno a uno. Es... como un ritual. Dime, ¿a ti no te dolería olvidar a tu novia? Aquello me pasó, olvidé a mi mujer por unos momentos y créeme, duele. Por eso lo apunto todo. Y tu apareces mucho en mi memoria.
-¿Yo...? ¿Usted como se llama?
-Jorge. Si, claro que aparece, sobretodo esas veces que, cuando su jefe se va, se pone con el cacharrófono ese -dice señalando al móvil- y empieza a sonreír como un condenado. ¿Está usted enamorado, señor Adrián? Créame que cuando uno más sonríe es porque es todo mucho más intenso.
-Lo estoy, creo.
-No crea, averigüe. Y yo ya me voy, que tengo que ir a por mi parienta, lo dice aquí.
Y señala la hoja de su cuaderno.
Adrián llama corriendo a su pequeña para contarle lo que pasó, ya tiene un capitulo de su memoria.

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